
Creo que una de las mejores cosas que le pasaron a Defe en los últimos años fue la creación de la Agrupación del Hincha. Es un grupo de socios, jóvenes en su mayoría, que advirtió que el club necesitaba un empujón desde afuera. No les interesa, al menos por ahora (y ojalá sigan así), un lugar en la dirigencia. Ellos decidieron pelearla desde afuera. Entre decenas de buenas iniciativas que tuvieron, rescato el día que festejaron el 134 aniversario de nuestro barrio, Núñez. Hubo más mil de personas en el evento, celebrado el 29 de abril pasado. Para leer un poco más de Núñez, aquí transcribo uno de los capítulos de Corazón Pintado, el libro del Michael Moore defensorita, Martín Sánchez. Que lo disfruten.
Pepo's fue el bar que aceptó sin chistar mis ensueños. El que me vio grandilocuente descubierto ya hombre, y me puso a Los Beatles para agasajarme en la vieja rocola de dos monedas. El que me vio asombrado por los dolores distintos de la adultez, y se vistió de luces sin par cuando se estrellaban en su cielo raso mal pintado las carcajadas de un feliz grupo de amigos. Y estaba enfrente de Defe. En Libertador, a mitad de la cuadra, antes de llegar a la Shell de hoy. Donde está la estación de servicio que a veces se apiada y nos deja compartir de parado un café, había una confitería bacana que no podía con nuestro lugar, Pepo's. Ese lugar cajetilla se llamaba Status, y a veces nos corríamos para levantar minas cajetillas. Pero nuestro estatus era ser de Defe y bien de barrio.
Hubo épocas en la que con la barra de amigos pasábamos horas diurnas, vespertinas y nocturnas en nuestro barcito de no más de 10 mesas. Era nuestra primera casa, no la segunda. Antes de ir a la cancha, pasábamos por Pepo's. Después, ni hablar. Desmenuzábamos cada batalla sabatina. Y cuando se calmaban un poco la felicidad o la tristeza por el resultado, planeábamos nuestros sábados por la noche. Alguna vez algunos de nosotros fue feliz en serio. Tomábamos un cafecito antes de ir a la cancha, volvíamos felices a Pepo's tras la victoria de Defe, al rato nos íbamos a bailar a Zoom, que era un boliche que estaba en Libertador y Manzanares, a metros de Pepo's, y en algunas exclusivas jornadas angeles demasiado en joda nos depositaban junto a una señorita en aquel recién inaugurado "Hotel Alojamiento J.J." Además del misterio que por un día el entrecruce de los astros nos bendijera con tanta generosidad, debía darse que tuvieramos unos mangos en el bolsillo. Pero lo fantástico era que la vida se soltaba el pelo y decretaba un día inolvidable en apenas un radio de 50 metros.
Pepo's se llamaba así por Pepe, el hermano del dueño. El propietario y jefe era Alberto, un flaco alto con pinta y prestancia pero parco, legalista y cubierto siempre con la membrana que crece con la imposición de distancia ante los semejantes, que no éramos nosotros, porque nosotros en esos tiempos nos asemejábamos a nada. En realidad a Alberto nunca le cayó bien que a veces le copáramos el bar. Aunque de repente podía sorprendernos con una sonrisa tímida cuando llevábamos a una señorita o a algún invitado extra barra que evidenciara cierta compostura. Es que creo que Alberto tenía la ilusión de que iba a presenciar el día en que todo sentáramos cabeza. El grandioso era su hemano, el gran Pepe en todo sentido, y ya se sabrá porqué. El nombre del boliche en su honor se debía a que tenía un leve atraso mental, y era un hecho bondadoso ese impulso a desarrollarlo como uno más de los gastronómicos, cuando no era uno más, era sólo Pepe, el de Pepo's. Su vida era el bar, y hasta se quedaba a dormir en el bar y hacía el amor en el bar con chicas llegadas más allá de la General Paz, que solían recibir alto valor agregado: además de su generosidad material, celebraban hasta el colmo. Era famoso su don que al parecer hacía juego entre sus piernas largas. Se contaban decenas de historias sobre las consecuencias de su exagerada arma amatoria. Se llegó a relatar casos de señoritas internadas, de visitas a hospitales con Pepe estancado, y hasta se hablaba de los pantalones especiales que le hacía confeccionar su hermano Alberto para que no asombrara a la clientela. Pepe hacía el trabajo sucio de limpiar. También levantaba las mesas cuando todo había acabado. Y baldeaba. Pero a veces lo dejaban servir a los de confianza, y si alguien no tenía para el café él servía igual. Cuando Alberto se iba era una fiesta. Pepe daba monedas de más para la rocola, y ahí poníamos a los Beatles, a los Rolling, a los "Cridens", a los Deep Purple, a los Hollies, a los Shakers, a Rod Stewart con el que nos imáginabamos dueños de todos los corazones femeninos cuando cantaba "¿Crees que soy sexy?". Hacíamos sonar también desde la máquina maravillosa a León Gieco, el pibe ese del interior que canta canciones piolas. Y se encendía la luz roja al apretarse también la tecla de Pappo's Blues. Y más de una vez pusimos a Sandro y Leonardo Favio para que nos tiraran letras para el levante. O al grupo Banana con el que habremos chapado con su tema "Toda una noche contigo".
Y enfrente estaba Defe... Varia veces volvimos sudando por algunas piñas cruzadas en medio de la avenidad Libertador. En esa época la violencia era un juego de mesa. Casi no había divisiones entre las hinchadas, y hasta salíamos juntos. En Pepo's también estaba la barra de los "grandes", muchachos que ya tenían angustias serias de amor, y la calle de más nos obligaba a respetarlos. A veces algunos iban a la cancha. Pero no entendían mucho. En una ocasión, nos acompañaron el Gallego y el Fanfa como una generosa concesión a los pibes. Jugábamos con Estudiantes de Caseros. El Fanfa, como tal, hacía pinta en la tribuna fumando unos cigarrillos raros e importados, y el Gallego, que era más fanfa que el Fanfa, se corría a cada rato a joder a los del Pincha. Encima les ganamos en la hora. Estábamos todos en la visitante que da al río, porque antes nos cambiábamos siguiendo a nuestro ataque. Algunos de Estudiantes estaban ahí, y otros se habían alejado al pasillo, donde pocos años antes se había desarmado la tribuna de madera. Con el gol se armó una pequeña trifulca. Y el Gallego estaba eufórico cargando y gritando. Así siguió a los de Estudiantes. Cuando un grupito de 3 o 4 cruzaba la avenida, él lo hacía saltando encima y gritando "Dale De, Dale De....". En medio de la calle y mientras los autos pasaban, de golpe uno reaccionó y tiró y pegó el mejor golpe de boxeo que vi en mi vida. El Gallego cayó nocaut en el asfalto. Cuando nos dimos cuenta, los de Estudiantes ya estaban lejos corriendo, y ahora los que corrían hacia nosotros eran los policías. Se llevaron al Gallego detenido, y recién lo largaron el lunes. Era su primera vez en la cancha y la última. Después, ya recuperado del bochorno, cada tanto le daba por ostentar con un billete. Cuando lo tenía hacía lo mismo: siempre en sábados, se acodaba en la rocola, y mostraba el admirado verde lechuga de 5 pesos. "Qué hacé, nene, mirá lo que tengo, sabé que ruido hago esta noche”, alardeaba el Gaita. Y a las horas, los que retornábamos aún con vida a la madrugada, podíamos encontrarnos con él todo despeinado flameando una de sus manos: nos hacía oler perfumes íntimos de la que había sido su dama de compañía.
Pepo’s también tenía un quiosco que de tan confianzudos cuando no estaba Alberto también atendíamos. La gloria para nosotros y el desastre para el bar era cuando venían a comprar jugadores de Defe. “Tomá, está bien maestro, es una atención de la hinchada”, regalábamos. Y Pepe con su manaza se estropeaba la frente. Una noche apareció el Hueso Houseman. Entró, se acodó en la barra, y pidió un par de paquetes de cigarrillos. Estaba Alberto, y le cobró, claro. Amenazaba el otoño de 1973 y ya René estaba en Huracán y la fama se le iba encima. Ya el Flaco Menotti había sacado pecho con ese pibe flaquito descubierto en la Primera C que asombró a medio mundo en el torneo de verano de Mar del Plata. “Vieron muchachos” dijo el Hueso sin mirarnos. Y nosotros miramos por todos lados y descubrimos en la puerta de Pepo´s una reluciente cupé Torino marrón plateado. Enloquecidos, los dirigentes de Huracán le habían dado el coche del momento para que se movilizara. Llevaba tres meses en el equipo de Parque Patricios. Pero alguien desde la mesa vio que René llevaba los pantalones muy bajos. Nos fuimos codeando y dando cuenta: tenía los bolsillos que explotaban. Apretados con gomitas de farmacia tenía montones de dinero que iba a repartir a su villa de emergencia del bajo Belgrano, esa villa “tan bien ubicada” que las topadoras de la dictadura militar iban a arrasar en 1976. Dicen que lo vieron esa noche ir de casilla en casilla regalando plata. Antes de salir quemando neumáticos con el Torino, nos arrojó un fajo con billetes. Corrimos y se lo devolvimos.
Al día siguiente y al otro, comentaríamos en Pepo´s la anécdota. Pero no mucho más. Porque seguramente ya andábamos en otra historia.
Gran texto, como todos los de Sanchez...
ResponderEliminarsanchez es el fontanarrosa de Defe
ResponderEliminarsanchez es el kapucinsky de defe
ResponderEliminarSánchez se baboseaba con la poronga de Pepo
ResponderEliminarJaja... sos Sergio Barbui, qué hacés acá facho, andá a la pagina de Seineldín o a la de rojogay.com
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