El triste final de Fede

El caso de Federico ganó espacio en los medios de comunicación en las últimas horas: el chico, de 17 años, salió a robar. Tenía un revolver, entró a un local de San Martín y se llevó 300 pesos. Pocos minutos después, la dueña del lugar salió a perseguirlo con su auto, lo atropelló y lo mató. Lo que no sabíamos era que Fede jugó en las inferiores de Defe. Esta es su historia, retratada hoy por el gran periodista Rodolfo Palacios, en el diario Crítica de la Argentina, con un título escalofriante de su madre: "Quise salvarlo del paco pero me lo mataron".

Federico salió a la calle decidido a volver con un regalo para su hermano Jeremías, que al día siguiente cumplía 12 años. “Te voy a traer una sorpresa”, le prometió antes de ponerse la campera y una gorra de lana. En el bolsillo derecho llevaba un revólver calibre 32 con el que, diez minutos después, les apuntó nervioso a los clientes y a los empleados del mercadito La Esperanza, en la calle 1 de Agosto y Lacroze, en Villa Bonich, partido de San Martín, a diez cuadras de su casa. El robo duró poco tiempo: con un amigo se llevó 300 pesos de la caja registradora. Pero la huida terminó de la peor manera: el hijo de la dueña del local los persiguió cuatro cuadras en su auto y Federico murió atropellado en la vereda. Tenía 17 años. “Luché para salvarlo del paco, pero me lo mataron peor que a un perro. No le enseñé a robar. No fue un accidente. Le pasaron el auto por arriba tres veces”, denunció Karina Rosales, la madre del chico muerto.
Pablo Vallone, de 24 años, atropelló a Federico con su Peugeot 306 en Rodríguez Peña y Guido Spano. El otro ladrón, de 19 años, escapó, pero pocas horas después fue entregado a la policía por su madre. “Los seguí porque habían amenazado a mi madre. Uno de ellos me disparó, quise esquivar las balas y el auto perdió el control y terminó atropellando al chico. Fue un accidente”, declaró el acusado ante el fiscal Rubén Flores. Está en libertad y con custodia policial por temor a represalias.
Federico fue inhumado en el cementerio de San Martín. Sus amigos lo recordaron en la esquina de Alvear y Salta, en Villa Bonisch, donde solían reunirse a escuchar cumbia colombiana. Es una zona de casas humildes y calles asfaltadas. “A Fede le dijimos que no bardeara. Robaba por necesidad. Sabía que con las armas no se jugaba. Quería que su hermanito tuviera una fiesta. No quería pasar un Día del Padre triste. Su viejo murió hace cuatro años de un cáncer fulminante y él había quedado como el hombre de la familia”, contó Alan, uno de los amigos de Federico. Yeye, que lo conoce desde los cinco años, tiene los ojos llorosos: “Hay gente que quiere tomar venganza. Ya prendió fuego las cortinas del negocio. Van a ir por más. A Fede lo aplastaron tres veces. El asesino hizo marcha atrás y aceleró. Lo mató con odio. Fede disparó para defenderse. Era delincuente, pero no alucinaba con robar un banco. Quería sus zapatillas, su moto y que su familia comiera todos los días”.
Pese a la muerte de su hijo, Karina Rosales trabajó como todos los días. Tiene 40 años y cobra 450 pesos por mes por atender doce horas por día los teléfonos de una remisería. Mientras habla acaricia a Jerónimo, su hijo de 12 años que juega arriba de la moto de su hermano muerto. “Era un señorito. Sus amigos dicen que había ido a robar para comprarle un regalo al hermanito. A veces se compraba droga. Lo quise internar en un instituto privado, pero me querían cobrar 4.500 pesos. Me bancaban sólo la mitad. No lo llevé a un centro estatal porque lo hubiesen entrenado para matar. Se quería curar, pero a veces mentía y decía que no se drogaba. ‘Vieja, estás flasheando’, me cargaba. No le enseñé ni lo mandé a robar. Quizá no me escuchó. Le voy a pedir disculpas a la mujer asaltada, pero que no mienta. Que me mire a los ojos y diga la verdad. No fue un accidente. Si su hijo mintió, es peor que el mío: porque el mío robaba; el de ella mata”.
Federico era hincha de Boca y llegó a jugar en las inferiores de Defensores de Belgrano, un equipo de Primera B. Hasta los 14 años fue a la escuela Nº 73, ubicada a la vuelta de su casa. Su madre cuenta que tenía buenas notas y que dejó cuando murió su padre. En ese momento empezó a robar. No era la primera vez que robaba el mercadito La Esperanza: una tarde se había llevado mercadería en una bolsa. “Le vamos a hacer un altar donde nos juntábamos siempre”, dijo uno de sus amigos. Entre todos hicieron una vaquita para pagar el entierro porque la madre del chico no tenía plata. Con lo que sobre le comprarán un regalo a Jeremías.